MEMORIAS DE JUVENTUD

Florecía el mar en cada invierno,
matábamos las tormentas con la piel
y la noche huía de nosotros 
todas las noches que podía.

¡Pobrecitos!, castigados a vivir
celebrando a júbilo limpio el castigo.
Subía el volumen de la música,
de las conversaciones,
del deseo enaltecido,
del cauce del torrente 
que nos arrastraba a lugares 
que nunca habíamos habitado.
Incluso sonreía la tristeza,
y bailábamos, y bailábamos,
iluminando con luciérnagas en la mirada
los alargados caminos del exceso.

Nos refugiábamos 
del terror a las madrugadas,
como vampiros inexpertos,
como pobres diablos
a la lumbre de quién tuviera a bien 
compartir un poquito de su alma.

Llevándose así, 

consigo también,

otro trocito de la nuestra para siempre.