Me dispararon una bala
sus ojos,
que emanaban una
tristeza inmensa,
reflejando el gris de
las aceras,
perdiéndose entre
nubes de humo negras.
Cruzó mi mirada el
infierno de la suya,
y aunque quise poderla
abrazar,
su realidad se me hizo
tan lejana,
que dejé que la fuera
engullendo la ciudad.
Me impactó tanto la
pobreza
que revelaba su cara,
que me fue imposible,
volver la vista atrás.
Para verla descarrilar
por el filo del abismo,
aproximándose a su
final,
cuanto todo le daba lo
mismo.
En mañanas adversas,
aun la logro recordar,
y en mi mente me
vuelvo, de nuevo,
a cruzar con ella,
entonces, su tristeza y
mi tristeza,
se dejan acariciar,
mezclándose durante
una larga noche,
para al alba volverse a
separar,
con exactamente la
misma pena,
aunque, al menos,
con una madrugada más.
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